lunes, 6 de agosto de 2018

Travesuras de la niña mala


Travesuras de la niña mala no se reduce a la historia de un romance de pesadilla, un triángulo amoroso o una serie de desastres románticos que culminan en tragedia. De ser así, hubiese admirado únicamente el magistral uso del idioma que hace Mario Vargas Llosa sin sobrecogerme ante los sucesos. ¡Cuidado! Incluso para quienes somos adictos al uso del idioma y es con base en él que seguimos leyendo un libro o lo desechamos, aquí los sucesos cobran una inusual relevancia.
Justo cuando uno tiene la certeza de que este tren hacia lo más hondo de la inmundicia humana no puede arrastrarnos más bajo, MVLL nos sorprende con un nuevo giro, un nuevo descenso que nos empuja en caída libre. Así, nos va hundiendo cada vez más rápidamente sin dejar bordes de dónde sostenernos. Ese es precisamente el oficio de escritor, que brilla aquí como los dedos de un veterano mago cuyas mayores hazañas seguramente tuvieron lugar hace décadas pero a quien hoy las arrugas y las canas han convertido en un hombre que no necesita ni levantarse de la silla para dejarnos boquiabiertos.
Como me sucede siempre con MVLL, las páginas donde la política invade la novela se vuelven soporíferas. Las grises peripecias de los jóvenes de izquierda en la década del sesenta no son otra cosa que una gran invitación al sueño, algo que ni la pluma de un Nobel puede vestir de interés. ¿Qué tienen que ver con la trama? La novela es un género donde hay historias secundarias que suman y otras que restan. En ésta, yo siento que sobran. Sin embargo, hay aquí mucho de alergia personal, así que no dudo que a muchos los cautivará. El veneno de algunos es el manjar de otros y viceversa. Avisados están.