miércoles, 11 de abril de 2018

Sobre los comienzos y la primera persona


"Es cierto; soy nervioso, terriblemente nervioso. Lo he sido y continúo siéndolo; pero ¿por qué decir que estoy loco? La enfermedad ha agudizado mis sentidos, pero no los ha destruido ni embotado. Por encima de todo, tenía muy agudizado el sentido del oído. Oigo todas las cosas del cielo y de la tierra, y a veces, muchas cosas del infierno. ¿Eso significa que estoy loco? Escuchadme y observad qué cuerdamente, con cuánta calma soy capaz de relataros toda esta historia".

El corazón delator, de Narraciones extraordinarias.
(Edgar Allan Poe)

¿Cómo demonios no seguir leyendo una historia que comienza así? Yo no pude soltarla hasta el final. Poe inspiró a muchos niños como yo, que entraban a la biblioteca de papá y se atrevían a abrir los libros para grandes. De todas las voces narrativas que conocí a temprana edad, la suya fue quizá la decisiva al decidirme por escribir mis primeros experimentos en primera persona. Y nunca los dejé. Entrar en la piel de un personaje para contar una historia no solo fue una revelación sino también el descubrimiento de la mentira honesta, del sombrero mágico y la calavera de Shakespeare para subir al escenario. Descubrí que, por medio de los cuadernos y el lapicero, podía ser actor.


Otro mago de la primera persona fue Alberto Moravia escribendo como si fuese una mujer en La romana. Si Poe se había puesto la camisa de fuerza y la sangre fresca en las manos, Moravia experimentó todo un cambio de género al meterse en la piel de Adriana, quien narra la tragedia de su vida con tal naturalidad que deja un nudo en la garganta. Poe necesitó un párrafo para fulminarme: su esquizofrénico asesino asegurando no estar loco mientras confesaba oír voces del cielo y el infierno. A Moravia le bastó con una sola oración:

"A los diecisiete años yo era una verdadera belleza".