martes, 27 de febrero de 2018

Guardián en el Día D


Recién a estas alturas vengo a enterarme de que Salinger participó del desembarco en Normandía. Esto me hace reparar en que, fuera de sus excentricidades de misántropo y sus herméticos romances, no conozco casi nada sobre su vida real.

¿Soy el único que no suele saber gran cosa sobre las vidas de sus escritores favoritos? Siempre me ha aburrido leer biografías de escritores, acaso porque jamás los admiré como personas sino estrictamente como creadores, o porque las vivencias de estos en el mundo palpable se me hacen pálidas comparadas con la ficción que modelaron en sus imaginarios universos, donde sí se hallaban empoderados para hacer y deshacer a voluntad. Aunque es verdad que conocer las circunstancias en que vivieron sirven para ayudarnos a comprender sus creaciones, estas últimas permanecerán invariables ya sea que conozcamos o no los episodios, personas y lugares que pudieron haberlas inspirado.




Salinger terminó internado en un hospital psiquiátrico de Núremberg tras vivir en carne propia el Día D, la batalla de Bosque de Hürtgen y la liberación los prisioneros del campo de concentración de Dachau. Cargaba ya entonces con los manuscritos de El guardián en el centeno (1951), los cuales fue puliendo mientras cumplía su tratamiento.

Si bien Salinger jamás se refirió a la Segunda Guerra Mundial directamente, sus escritos se hallan plagados de referencias al desorden de estrés postraumático, la depresión y el suicidio. Muchas veces llegan a ser más que simples referencias, tal como en Un día perfecto para el pez plátano (1948), donde los horrores de la guerra -eso sí, nunca detallados- terminan por llevar a Seymour, joven veterano protagonista del cuento, a volarse los sesos, no sin antes haberlo reducido a las trizas de un ser humano cuya propia familia parece mirar con hartazgo.

Al final, las circunstancias en que se concibieron estas dos piezas de ficción logran que me pregunte cómo se sintió Salinger al idearlas y al plasmarlas. Me pregunto asimismo, seguro como muchos lectores, de qué otras formas se manifestaron sus demonios bélicos en los innumerables cuentos y novelas que se negó a difundir, aquellos que aseguraba haber escrito únicamente para sí mismo y cuyo secreto se llevó a la tumba luego de décadas de andar sumido en el más absoluto de los silencios.