Entramos. Me preparo para jalarle la silla como caballero de
Hollywood pero ya ella se sentó en el sofá. Es muy rápida. Deja para mí la
silla de madera con vista al espejo y le digo “Qué suerte, me tocó con espejo;
por favor, hazte a un ladito para poder contemplarme”. Se ríe y la veo hermosa,
aunque en realidad es hermosa también cuando no se ríe.
Sentarme es todo un proceso: el piso se agiganta, se hace
hondo, quiere tragarme. El vértigo me permite apenas calcular a medias dónde
dejar caer el cuerpo hasta que me acoge la silla de este paraíso de frappés y
chocolate. El paraíso de los abstemios, aquí donde se ahogan las penas en
frappé y chocolate.
Los minutos transcurren entre besos, uno que otro comentario
sobre este Macondo en ruinas que es nuestro país, selfies haciendo muecas, las
infaltables bromas generacionales -Generación X VS Millennials: ¡pelea de
inválidos!- y algo de literatura. No siempre los escritores queremos hablar de
literatura, así que el breve blablablá literario no es la cereza en el pastel
sino más bien uno de aquellos ingredientes de rutina que ciertas manos sin
rostro incluyen en el jugo de frutas.
No sé si me alcanzará la gasolina para volver a casa. Debo
pagar el colegio de mi hija y tendré que pasar todo el día con hambre para que
ella pueda comer. Y mirarla feliz con cara de que ya he comido. ¿Quién demonios
puede pensar en poesía?
-¿Qué te preocupa tanto? -pregunta mientras clava en mí su
pupila no azul.
-Dinero -respondo- no sé cómo voy a pagar todo lo que tengo
que pagar.
-Pareces mi papá. Ayer le dije que tenía que pagar un curso
de mi universidad y me dijo “¡Pero yo ya pagué! ¿no te di los cien soles”. Le
dije “Papá: esa era la matrícula. Son como mil soles del curso”. Se quedó con
una cara así como la que tú tienes ahorita.
Salimos. Ya la tarde se encargó de borrar a todos los
transeúntes bajándoles la temperatura. Yo creo que soy hielo. No sé hacia dónde
voy pero confío en que ella recuerda cómo regresar por donde vinimos. Es muy
rápida. Mi abrazo no solo es de cariño sino también de quien se coge de un
bastón brújula, y sé que cuando ella se haya ido y desaparezca rumbo a su
universidad, me sostendré de la moto para volver a casa.