sábado, 28 de julio de 2018

LIMA 101: ¿Quién puede pensar en literatura?



Entramos. Me preparo para jalarle la silla como caballero de Hollywood pero ya ella se sentó en el sofá. Es muy rápida. Deja para mí la silla de madera con vista al espejo y le digo “Qué suerte, me tocó con espejo; por favor, hazte a un ladito para poder contemplarme”. Se ríe y la veo hermosa, aunque en realidad es hermosa también cuando no se ríe.

Sentarme es todo un proceso: el piso se agiganta, se hace hondo, quiere tragarme. El vértigo me permite apenas calcular a medias dónde dejar caer el cuerpo hasta que me acoge la silla de este paraíso de frappés y chocolate. El paraíso de los abstemios, aquí donde se ahogan las penas en frappé y chocolate.

Los minutos transcurren entre besos, uno que otro comentario sobre este Macondo en ruinas que es nuestro país, selfies haciendo muecas, las infaltables bromas generacionales -Generación X VS Millennials: ¡pelea de inválidos!- y algo de literatura. No siempre los escritores queremos hablar de literatura, así que el breve blablablá literario no es la cereza en el pastel sino más bien uno de aquellos ingredientes de rutina que ciertas manos sin rostro incluyen en el jugo de frutas.

No sé si me alcanzará la gasolina para volver a casa. Debo pagar el colegio de mi hija y tendré que pasar todo el día con hambre para que ella pueda comer. Y mirarla feliz con cara de que ya he comido. ¿Quién demonios puede pensar en poesía?

-¿Qué te preocupa tanto? -pregunta mientras clava en mí su pupila no azul.
-Dinero -respondo- no sé cómo voy a pagar todo lo que tengo que pagar.
-Pareces mi papá. Ayer le dije que tenía que pagar un curso de mi universidad y me dijo “¡Pero yo ya pagué! ¿no te di los cien soles”. Le dije “Papá: esa era la matrícula. Son como mil soles del curso”. Se quedó con una cara así como la que tú tienes ahorita.

Salimos. Ya la tarde se encargó de borrar a todos los transeúntes bajándoles la temperatura. Yo creo que soy hielo. No sé hacia dónde voy pero confío en que ella recuerda cómo regresar por donde vinimos. Es muy rápida. Mi abrazo no solo es de cariño sino también de quien se coge de un bastón brújula, y sé que cuando ella se haya ido y desaparezca rumbo a su universidad, me sostendré de la moto para volver a casa.