jueves, 19 de julio de 2018

ALASKA 101 - Grace


ALASKA
-Viernes Santo, 1964: el peor terremoto de la historia de los Estados Unidos.
-Viernes Santo, 1989: el peor derrame de petróleo de la historia de los Estados Unidos.
Y SEGUIMOS VIVOS Y COLEANDO

(Éste es mi polo favorito. Fue un regalo que me hicieron hace cinco años, curiosamente no en Valdez sino en Whittier, aquel pueblo de apenas 200 personas que viven todas en un solo edificio y a donde solo se puede acceder por un túnel).
Esperando el añorado contrato para volver a Alaska, esta vez con mi hija, me siento como aquel coronel que no tenía quién le escriba.
A diferencia de los otros cuarenta y nueve estados, Alaska funciona como un territorio completamente extranjero. Aunque no conozco Hawaii, que por lógica debería sentirse aun más foráneo, californianos y neoyorquinos me han dicho que jamás se han sentido tan extranjeros en su propio país como cuando llegaron a este subcontinente helado.
Medio rusos, medio canadienses, pero sobre todo soldados cerrando filas en su propia nación impenetrable, cuando los alasqueños ven llegar a un californiano o neoyorquino, comentan: "Oh este pata viene de Estados Unidos". Me sorprendió mucho oír esto la primera vez, casi tanto como aquel: "¡Bienvenido a Alaska!" que te dicen con una gran sonrisa cuando no tienen cómo explicar sus extravagancias.
En uno de los pueblos donde trabajé, conocí a una jovencita de diecinueve años que -en palabras de su indiferente madre- se "había enseñado a sí misma" a pilotar una avioneta y ahora la utilizaba para hacer dinero como distribuidora de tiendas online volando a otros pueblos e incluso a la ciudad, cruzando las montañas. Su padre había encontrado la muerte en esas mismas montañas como piloto profesional hacía apenas ocho meses. Como su madre tenía un serio problema de adicción y cada vez había menos dinero para mantener al hermanito menor, Grace decidió coger la avioneta. Al contarle la historia a un amigo, quizá convencido de que se sorprendería ante el valor de la muchachita, él solo atinó a contestarme: "Bienvenido a Alaska".
La avioneta había sufrido cierto desgaste en las alas, algo que esta chica solucionó con masking tape. Y era feliz pilotando su avión parchado, cargando y descargando ella misma -con su delgadez y su 1.56 cm. de estatura- paquetes tan pesados que a mí me dolía la zona lumbar de solo verlos. Como típica mujer alasqueña, Grace no solo realizaba actividades físicas tan intensas desde muy temprana edad sino que era común para ella ensuciarse las manos y llevarlas heridas. Andaba también, por supuesto, armada hasta los dientes y me mostraba orgullosa un revólver que el exnovio le habia regalado por aniversario. Era recién la tercer arma de fuego de su colección, que incluía una escopeta de caza y un rifle semiautomático. Es un tema que trataré en otro post: el amor por las armas y la devoción por la Segunda Enmienda).
Alaska es el lugar perfecto para quienes jamás nos hemos sentido parte de ninguna nación, raza o grupo social, y esperamos no saber nunca lo que se siente. Es un territorio ganado al hielo a punta de sacrifico y muerte, un verdadero desafío a las leyes de la lógica. Haberse instalado en una tierra que parece decidida a matarte a toda costa es un verdadera parábola del hombre retando a Dios, una suerte de Babel en la que el hombre salió herido pero victorioso.
Reinan en Alaska el pragmatismo y el libertarianismo. Lo curioso es que en una sociedad tan individualista reine también la solidaridad, ya que la naturaleza es tan dura que la única opción para sobrevivir es ayudarse mutuamente. "Una vez vi un tipo ensangrentado la pista: lo había atacado un alce. Un grupo de idiotas conversaban a pocos metros y no lo ayudaban. Inmediatamente supe que no eran de Alaska. Eran turistas. Yo lo metí a mi carro y lo lleve a mi casa, donde mi mamá y yo lo curamos porque el hospital estaba demasiado lejos", me contó Grace.
A pesar de ser el estado más grande de todos, es también el menos poblado, así que en cierta forma todos se conocen. "En Alaska tú no puedes darte el lujo de ser un hijo de puta con los demás. Podrás serlo una o dos veces pero después de eso ya nadie querrá saber nada de ti: nadie te hablará y nadie querrá trabajar contigo. Y si te vas a otro pueblo, ya todos se habrán enterado de lo que hiciste", me dijo mirándome fijamente mientras acariciaba a su perro.