martes, 21 de agosto de 2018

El romancero gitano


Su luna de pergamino
Preciosa tocando viene,
por un anfibio sendero
de cristales y laureles.

Son estos los primeros versos que leí del Romancero gitano. Es la única memoria bonita que me dejaron cinco años de literatura en la secundaria, y todavía recuerdo cómo renegué al ver que en todo el libro no había un solo poema más de aquel misterioso escritor español. Cuando terminé de leer el poema completo -Preciosa y el aire- pensé: “¿¡Qué demonios es esto!? ¡es mejor que Eguren!” y tuve que comprarlo, o más bien pedirle a papá que lo comprara, ya que tenía doce años por aquel entonces y era papá quien compraba todo. Ese fue el inicio de mi eterna devoción por Don Federico García Lorca.
Preciosa y el aire es la historia de horror -bellamente disfrazada de canción de cuna- en la que el viento queda fascinado ante la belleza de Preciosa, la bella joven gitana que caminaba por el bosque. Trata de seducirla y solo logra que la muchacha salga corriendo aterrorizada. De testigo se encuentra el mismo San Cristóbal, aquel que cargó al Niño Jesús a través de un río, pero él no hace nada por socorrerla:
San Cristobalón desnudo,
lleno de lenguas celestes,
mira a la niña tocando
una dulce gaita ausente

Es con esta misma belleza y esta misma calma que Lorca nos narra una serie de episodios oscuros entre los que brillan la infidelidad, el incesto, el odio racial y el homicidio, motivado éste último en poemas como Reyerta por la rivalidad entre familias gitanas:
Juan Antonio el de Montilla
rueda muerto la pendiente,
su cuerpo lleno de lirios
y una granada en las sienes
(...)
Señores guardias civiles;
aquí pasó lo de siempre.
Han muerto cuatro romanos
y cinco cartagineses

Yo me imagino a Lorca como una suerte de flautista de Hamelin. Va hipnotizando a sus lectores con la dulzura de su flauta poética -casi toda hecha de octosílabos en estricta clave de romance- mientras los lleva a lugares donde jamás ellos hubiesen aceptado acompañarlo en sus cinco sentidos.
Lean esta descripción del paisaje en la historia de Preciosa:
En los picos de la sierra
los carabineros duermen
guardando las blancas torres
donde viven los ingleses
Y los gitanos del agua
levantan por distraerse,
glorietas de caracolas
y ramas de pino verde.

Y ahora terminemos con la historia. Observen aquí cómo Lorca no deja de pintar un bosque con detalles tan precisos que al final tenemos un cuadro listo para colgar en la pared. Con esa misma precisión nos narra el desenlace:
Preciosa, llena de miedo,
entra en la casa que tiene,
más arriba de los pinos,
el cónsul de los ingleses.

Asustados por los gritos
tres carabineros vienen,
sus negras capas ceñidas
y los gorros en las sienes.

El inglés da a la gitana
un vaso de tibia leche,
y una copa de ginebra
que Preciosa no se bebe.

Y mientras cuenta, llorando,
su aventura a aquella gente,
en las tejas de pizarra
el viento, furioso muerde.

La hermética nación gitana, impenetrable por sus cuatro costados, se nos abre aquí como una rosa trágica, aunque sin dejar la alegre guitarra, los tambores y las castañuelas, que no paran de sonar hasta el final del poemario. Todo en el Romancero gitano tiene la cadencia del flamenco. Lleva también los pies descalzos y el pañuelo en la cabeza. Si tuviese que dar forma humana a la sexualidad que rebalsa esta canción poética, diría que viste a la usanza de fiesta gitana, cuidándose muchísimo de no mostrar los tobillos pero sí un escote que ni las chicas occidentales se atreverían. Repito lo que dije a los trece años: “¿¡Qué demonios es esto!?”
Los dejo con una introducción de la españolísima escritora Esperanza Ortega:
“El Romancero gitano es una de las creaciones líricas más significativas del siglo XX. Punto culminante de la primera etapa estética de Lorca, el propio poeta lo define como el poema de Andalucía, y lo llamó gitano porque el gitano es lo más elevado, lo más profundo, más aristocrático de mi país, lo más representativo de su modo y el que guarda el ascua, la sangre y el alfabeto de la verdad andaluza y universal. Es, sin embargo, un libro donde apenas sí está expresada la Andalucía que se ve, pero donde está temblando la que no se ve: un libro antipintoresco, antifolclórico, antiflamenco…, donde las figuras sirven a fondos milenarios y donde no hay más que un personaje grande y oscuro como un cielo de estío… la Pena”.
POSDATA
Mi noviecita de aquel entonces era otra enfermita de la literatura, quien me contó que había vivido enamorada de Lorca desde los seis años. Tenía todos sus libros porque su papá era tan engreidor como el mío y se los había comprado todos. El día que la conocí, traté de impresionarla hablándole de libros. Ella me contó de su secreto amor por un escritor español que no solo era un genio sino que salía guapísimo en sus fotos en blanco y negro.
-Pero ese ya se murió hace años -le dije.
-¿Cómo?
-Claro, ya está muerto. Lo fusilaron, le metieron como quinientos balazos. Además nunca te hubiera hecho caso porque era maricón.

Supe más tarde que el enterarse de forma tan brusca sobre la muerte de su amado le había ocasionado una fuerte crisis depresiva.
(Nunca he tenido mucho tino para decir las cosas pero creo ya no ser tan bestia como lo era a los doce años).