jueves, 9 de agosto de 2018

El guardián en el centeno

“Soy el mentiroso más fantástico que puedan imaginarse. Es terrible. Si estoy yendo al kiosko a comprar una revista y alguien me pregunta adónde voy, soy capaz de decirle que estoy yendo a la ópera”.

J.D. Salinger dinamitó la novela americana tal como se conocía en ese entonces al publicar las impresiones del adolescente Holden Caulfield, quien sumido en lo más oscuro de la depresión narra una serie de sucesos cotidianos: su expulsión de un internado escolar, sus coqueteos con las chicas y el agobio que le produce el contacto con el resto de seres humanos.
“Decidí (...) marcharme al Oeste haciendo autostop. Iría al túnel Holland, pararía un auto, y luego otro, y otro, y otro, y en pocos días llegaría a un lugar donde (...) nadie me conocería. (...) Pensé que encontraría trabajo en una gasolinera poniendo aceite y gasolina a los carros. Pero la verdad es que no me importaba qué clase de trabajo fuera con tal de que nadie me conociera y yo no conociera a nadie. Lo que haría sería hacerme pasar por sordomudo y así no tendría que hablar. Si quisieran decirme algo, tendrían que escribirlo en un papelito y enseñármelo. Al final se hartarían y ya no tendría que hablar por el resto de mi vida. Pensarían que soy un pobre hombre y me dejarían en paz. Yo les llenaría el tanque de gasolina, me pagarían, y con el dinero me construiría una cabaña en algún sitio y pasaría allí el resto de mi vida. (...) Me prepararía la comida, y luego, si me diese la gana de casarme, conocería a una chica bellísima que sería también sordomuda y nos casaríamos. Vendría a vivir a la cabaña conmigo y si quisiera decirme algo tendría que escribirlo como todo el mundo. Si llegásemos a tener hijos, los esconderíamos en alguna parte. Compraríamos un montón de libros y les enseñaríamos a leer y escribir nosotros solos”.
Los filtros que su turbada mente ha levantado cual muros en torno a sus sentidos para tolerar el mundo real se apropian de la novela entera, y esto es precisamente lo que la convierte en inactuable: ésta es una historia que jamás verán en el cine.
Los sucesos son en realidad irrelevantes, y son los filtros de Holden -majestuosamente guiados por el pincel de Salinger- los que terminaron dividiendo la historia de la literatura americana en dos: AGC y DGC (antes de El guardián en el centeno y después de El guardián en el centeno). ¿Cómo llevar a la pantalla algo que sucede únicamente en la cabeza del protagonista?
Ésta es una forma en que J.D. Salinger se nos esconde, pero no es la única: las traducciones al español que se han hecho de este libro son todas muy pero muy malas, y quizá las únicas medio decentes que existen utilizan el dialecto ibérico, que destruye lo que viene a ser la historia más neoyorquina del mundo. Imaginen un clásico de Coppola, Kubrick o Tarantino donde el protagonista es un vaquero enfundado en la bandera americana y que fuma Marlboro. ¿Tienen la imagen? De pronto, abre la boca para decir que “el chaval echa hostias” en fuerte acento madrileño. El registro y las jergas adolescentes de un joven neoyorquino de clase alta de la década del cuarenta son las acuarelas de esta pintura. Es decir: la única forma de leer esta novela es en inglés. Créanme. No hay otra.
La novela es intraducible desde el mismo título. ¿Qué significa El guardián en el centeno? ¿Qué significa “El cazador oculto”? (otra fallida traducción que circula por ahí). Holden no tiene vocación alguna y tampoco deseo alguno de vivir. Lo único que le gustaría ser de grande es alguien que vigile los campos de centeno donde los niños juegan para así atraparlos cuando estén a punto de caer al precipicio. Es lo único a lo que quisiera dedicarse. En una novela que puede interpretarse no solo como el desgarrador testimonio de un depresivo sino como una larga diatriba contra la adultez, uno llega a notar que Holden solo siente verdadero amor por Phoebe, su hermanita de diez años, y su vocación por rescatar a los niños del abismo significa en realidad salvarlos de crecer, de formar parte de la nauseabunda realidad de los adultos, donde todo es “falso”, como cuenta Holden utilizando la palabra “phonie”, una de las tantas que carecen de equivalencia en español.

J.D. Salinger vivió recluido toda su vida, teniendo breves romances con jovencitas menores que él hasta por cincuenta años -tal como su última esposa- e hizo realidad el sueño de la aislada cabaña de Holden, donde vivió negándose no solo a ser entrevistado sino incluso a ser visto por nadie, dedicado en cuerpo y alma a escribir únicamente para su propio disfrute. En realidad es bien poco lo que publicó, ya que el grueso de su obra permanece aún bajo siete llaves, protegido por acuerdos de confidencialidad que hacía firmar a sus pocos amigos y a sus jóvencísimas amantes.
Uno de los grandes méritos de Salinger fue el construir canales sin precedentes para plasmar los estragos propios de aquel cáncer emocional que es la depresión crónica, así como sus primos hermanos: el síndrome de estrés postraumático, la ansiedad crónica y el desorden bipolar. Son todos cánceres que se apropian de la vida entera de un ser humano hasta reemplazar su verdadera identidad por completo (cuando quien padece de este tipo de trastornos se comunica, no suele ser la persona expresándose: es la enfermedad quien habla). Muchas veces estos cánceres emocionales terminan llevando a quien los padece a atentar contra su propia vida, ya que son cargas muy difíciles de soportar. Y es precisamente esta bomba emocional la que ha convertido a El guardián en el centeno en el libro de cabecera de un sinnúmero de suicidas y asesinos, tales como quienes mataron a Johnn Lennon y John F. Kennedy.
Yo jamás he sentido afecto por ningún escritor como ser humano, ya que quienes sean ellos como personas me interesa tan poco como conocer la vida íntima del cajero que me entrega los billetes en el banco: es en los billetes que se concentran mis cinco sentidos, así que del cajero suelo ni recordar el rostro. Los escritores, además, no solemos ser personas muy agradables que digamos. Por esa razón yo prefiero conocerlos solo superficialmente y que me conozcan ellos a mí de la misma manera. Pretender ir más allá no vale la pena: es una total pérdida de tiempo. Todo queda en la literatura. Y aunque Salinger no es la excepción, se trata del único autor cuya vida me produce cierto interés, ya que no solo escribió mi novela favorita de todos los tiempos sino que permanece en mis sueños como una suerte de Virgilio personal, alguien quien me tiende una mano desde su soledad hacia la mía, guardando siempre las distancias que ambos necesitamos tanto como el oxígeno.
“Nunca le cuenten nada a nadie. Si lo hacen, comenzarán a extrañar a todo el mundo”.