jueves, 24 de mayo de 2018

Sobre nuestra distopía escolar


Todas las memorias placenteras de mi etapa escolar son de divertirme con los amigos. En materia de estudios, sin embargo, lo que más recuerdo es el gran desperdicio de tiempo y energía. Aquel desmedido esmero por lograr metas inútiles es algo que sentía como estudiante y hoy vuelvo a sentir como padre. Es sí, no culpo a los profesores porque después de los niños, ellos son las principales víctimas.

Nadie hará bien su trabajo a menos que le pagues bien. Es una ley muy simple. Los profesores de colegio no solo se encuentran muy mal pagados sino que además deben realizar una labor agotadora que incluye asistir a un sinnúmero de talleres inútiles y hacer las veces de carne de cañón ante los padres de familia, quienes solemos cometer el error de culparlos por todo.

Yo debía de tener quince o dieciséis años cuando encontré a un profesor sentado en un muro del patio, mirando al vacío. Ahora recién reconozco en esa mirada la angustia por pagar las cuentas, por hacer magia para poder llegar a fin de mes. "Yo le he dicho a mi hija que no estudie educación", dijo sin reparar en saludarme, "no vale la pena". Lo recuerdo muy bien porque era el tipo de maestro que siempre exhorta a sus alumnos a saludar, dar las gracias y pedir por favor. "Tanto estudiar por las puras", fueron sus siguientes palabras. Como yo no era muy consciente del dinero por aquel entonces -papá y mamá pagaban mi colegio y todo lo demás en mi vida- recuerdo poco del resto de la conversación. Lo que jamás olvidaré es haber sido testigo de cómo un sistema fallido puede hacer explotar a un profesional con tantos años de servicio, de hacer sentir que su carrera no vale la pena a alguien a quien la mayoría coincidiríamos en llamar un buen profesor.

Si tuviéramos que equiparar la importancia de los maestros, les correspondería quizá el mismo lugar que los médicos y policías. Es curioso como en este grupo de trabajadores indispensables para una sociedad, el médico es el único que recibe un sueldo digno.

Aunque es cierto que nuestro fallido sistema educativo hace aguas por todos lados, ningún proyecto funcionará si no colocamos primero el trabajo del educador en el lugar que se merece, y la única forma de hacerlo es recompensándolo como es debido. De otro modo, jamás valdrá la pena.