miércoles, 23 de mayo de 2018

Sobre el placer, el miedo y las motos.


Arranco el motor y se activan las alarmas de los autos de la cuadra con el estruendo. Me alejo dejando atrás el concierto desafinado de siempre. "¿No te importa molestar a los demás?", es una de las preguntas más recurrentes. La respuesta es no.

Cuando me formulan la pregunta más recurrente de todas  -si no me importa estrellarme y morir en un accidente- la respuesta también es no. Claro, el miedo siempre está allí, pero pasa a segundo plano ante los intensos espasmos de gratificación sensorial que solo me provocan tres grandes pasiones: la literatura, el placer sexual y las motos. Con ellos, se rompen por completo las leyes de la lógica y resulta inútil tratar de explicarlo, o peor aun, de hacerme entrar en razón, ya que entramos al terreno de la irracionalidad.

Esta irracionalidad es además intoxicante, una verdadera esclavitud por vocación solo comparable a la del drogadicto o la del fanático religioso capaz de inmolarse en nombre de su propio placer. La diferencia es que en mis pasiones no existen ni el afán de autodestrucción ni la adoración a  una entidad divina, sino únicamente el hedonismo en su forma más pura: la magia de vivir en eterno estado de diletante.