viernes, 30 de marzo de 2018

El Increíble Señor Ficción


Concibo la literatura como la antítesis de la realidad, ya que funciona al revés que ésta en todo sentido. Escribir ficción significa mentir con la conciencia limpia, aspirando siempre a alcanzar aquella perfecta cara de póker que, en el mundo real, constituye un peligro por ser instrumento y símbolo de la deshonestidad.

La literatura tiene mucho en común con la magia, un arte basado en engañar a un público que sabe perfectamente que será engañado. El lector abandona los cánones del mundo real mientras lo encandilamos con nuestros artilugios lingüísticos. ¿Qué son entonces las palabras sino nuestra varita mágica?

Existe un truco de magia que representa fielmente el arte de escribir. En él, el ilusionista muestra una pelotita y tres vasos invertidos sobre la mesa. El juego consiste en que el espectador debe acertar bajo qué vaso quedó la pelotita tras el veloz movimiento de manos que solo un prestidigitador es capaz de lograr. Sabe muy bien el espectador que no se trata de un juego justo, ya que el mago ha dedicado la vida entera a montar esa pantomima de funcionalidad en la que -y esto sí podrían ignorar muchos lectores- la pelotita nunca se encontró bajo ningún vaso, sino en un bolsillo secreto bajo la manga de la camisa del Increíble Señor Ficción.

Aunque un mago jamás revela sus trucos, les pediré que se concentren en un momento clave del show: el comienzo. ¿Han notado cómo el ilusionista muestra primero los vasos uno por uno como prueba de transparencia? Pues este aparente despliegue de honestidad es nuestra primera artimaña, diseñada para desorientar más todavía a un espectador que llegó a nosotros ya con toda la voluntad de ser burlado.