viernes, 16 de noviembre de 2018

Cien años de letras y deportes de riesgo


De algún autor leí que compartir actividades favoritas con tus hijos equivale a criar amigos. Lo recordé días atrás cuando mi hija y yo la pasamos hablando de cuentos, jugando videojuegos y montando skateboard. Un día perfecto. Y es que mis actividades favoritas no han cambiado (es algo más que noté).

Cuando era niño y adolescente, siempre huí de los juegos de equipo. Aunque disfrutaba de la competencia uno a uno -como en las artes marciales y los juegos de video- eran los momentos a solas en los que me recargaba de energía por completo. Así, me resultaba mucho más placentero perderme solo en el skateboard por las calles cuando ya el último de mis amigos se había ido a casa, y era en las carreras contra mí mismo en bicicleta donde ganaba mis mayores victorias. Luego, llegaría la moto -mi mayor juguete- a robarme por completo el corazón y la razón.

A veces creo ver en mi hija esa chispa de sociabilidad que ni su madre ni yo tenemos. Otras, soy testigo de su dicha cuando está sola. Pienso también en que llevamos en los genes mucho más que el color de la piel y las lumbalgias: nadie en mi familia es dotado para los números, ni las ciencias. Venimos de una larga estirpe de abogados y otros cabezas de libro. Y mi hija definitivamente lo es. Su lado físico se manifiesta arriesgando el pellejo: nosotros necesitamos que el deporte sea de verdad peligroso para disfrutarlo. Es decir, si no puedes matarte practicándolo, no tiene gracia. Su imaginación yace en las páginas. Sin embargo, ¿quién sabe lo que escogerá en el futuro?

Mi hermano mayor hizo conocer a su hija la literatura y otras artes -la zona de comfort de la familia- desde pequeña, y en todas sobresalió. Pasó así por el ballet, el dibujo, el canto, el violín… y el fútbol. ¿Saben qué carrera escogió al final? No lo creerían: ingeniería mecatrónica. Será la primera en la familia con dominio sobre las matemáticas y los circuitos.

Mientras mi hija esté aún tan lejos de escoger una profesión, seguiré fantaseando -al igual que hacía mi hermano- con que será una gran pintora o novelista. Tal como hizo él, me encargaré también de mostrarle universos desconocidos para mí, ya que tal vez de esa forma hallará su propia zona de comfort y sus propias pasiones. Por lo pronto, ella baila, un arte que yo jamás practico.

Seguiremos arriesgando el pellejo juntos en las pistas, hija, dibujando y escribiendo poemas hasta que se apague mi vida, y así se repetirá en la historia, por los siglos de los siglos. Tal vez.