sábado, 26 de octubre de 2019

Y si el niño llora


No me sorprendió para nada el enterarme de que en Japón ya las estaciones de radio no transmiten canciones completas, sino solo remixes. Somos muchos quienes, desde este rincón inverso del mundo, rara vez soportamos una canción completa, y ni qué decir de un álbum. ¿Será que nuestro ritmo de vida se ha vuelto tan acelerado como lo predijera Asimov? ¿ansiedad endémica? ¿mente dispersa por el exceso de tecnología? ¿acaso los estudios, el trabajo y otras responsabilidades nos tienen enfermos? No me importa obtener respuestas, ya que soy feliz solo lanzando interrogantes. Ahora que la creación literaria ha dejado de ser el poderoso antiestrés que solía ser, estos posts me son de gran ayuda. Y como no podía terminarlo sin relacionar las estaciones de radio japonesas con los versos de alguna canción hípster que me remonte a la adolescencia, añadiré estas tres líneas de Mecano, unas que logran en mí lo que seguramente los melómanos experimentan con colecciones de discos:

"Y si el niño llora,
menguará la luna
para hacerle una cuna".

jueves, 10 de octubre de 2019

Moridor & otros poemas de Willy Gómez

Moridor & otros poemas: del desajuste o de una afectividad reencontrada.

(Ediciones Cinosargo / Mantra, México, 2019)

Por: Tania Favela Bustillo



Las cosas se congelan como fragmentos
de aquello que fue subyugado; rescatar
eso significa amar las cosas.
Theodor Adorno

[…] sin duda alguna, en las grandes
ciudades vive el ser amado.
En las grandes ciudades, por otra parte,
se está forjando la ruina del mundo […]
Jaime Saenz

Moridor & otros poemas (Ediciones Cinosargo / Mantra, México, 2019) nos propone pensar al poema como un campo de fuerzas en el que participan, de forma simultánea, distintos estratos: lo prehistórico y lo histórico; lo mítico y las fantasmagorías del capital; la deshumanización y la utopía; lo político, lo religioso y lo social. El espacio del poema es también el espacio de la ciudad (Lima): lugar en el que la construcción y la destrucción interactúan fracturando todo sujeto identitario, y mostrando así una identidad en proceso. La proliferación de interacciones dentro del poema permite que el poeta teja, mediante versos largos y flexibles, un ritmo que disloca al sentido, proponiendo una articulación distinta. El problema del lenguaje es entonces uno de los ejes de Moridor: ¿desde dónde decir? Quizás en los siguientes versos hay claves para pensar esa pregunta: “No quiero ser hablador, pero todo puede ser movido”, y más adelante: “pero era un componente del habla lo que deseaba ser movido. / Era una oración con todas las reglas del juego / al principio incomprensibles, / luego claras con los dictados contra la corriente.” Al parecer, lo que debe ser alterado es el significado que yace en las palabras: la “ficción de un lenguaje” que dice desde el poder y la ley, y desde una educación confusa aprendida en las universidades. En vez de la división y el estancamiento (consecuencias de las injusticias sociopolíticas), Willy Gómez Migliaro hace de su escritura una “superficie de atracción” en la que las relaciones entre las palabras se cuestionan, critican y desmontan, para lograr una sintaxis nueva y con ella la resignificación de los vocablos.

Fotografía de Daniela Tarazona.

Pero si nos movemos de la superficie a la raíz, pareciera que el problema que Gómez Migliaro plantea en Moridor & otros poemas va más allá del significado, es anterior o posterior a éste, de ahí el epígrafe de T.S. Eliot que abre el libro y que sugiere otras posibles lecturas, lo transcribo en español, aunque Gómez Migliaro lo introduce en inglés:

Tuvimos la experiencia pero no captamos el significado
Y el acercamiento al significado restaura la experiencia
En forma diferente, más allá de cualquier significado

Se trata entonces de “restaurar la experiencia”, la propia y la de las generaciones pasadas, se trata de pensar cuál es la relación entre los acontecimientos y las palabras, entre las cosas y las palabras, y cuál es, desde ahí, el trabajo del poeta. Lo sensorial se impone en Moridor antes que cualquier relato, y es quizás desde ahí que la experiencia puede ser rescatada y que lo “real” toma de nuevo su lugar. Pienso aquí en lo que el poeta español Miguel Casado escribe sobre la poesía de Rimbaud, lo cito: “…aunque es frecuente que los textos tengan un hilo narrativo, los datos físicos y las atmósferas operan como si se anticiparan siempre al argumento, creándose una doble secuencia argumental, en la que se prefiere la huella de la historia en cada caso a los requisitos del tiempo narrativo […] la autentica historia no es lineal, sino la diseminada, la que vibra en el contraste de los tiempos y en las zonas intemporales” (1). Y las palabras de Casado me llevan directamente a los poemas de Gómez Migliaro, en los que el relato se interrumpe y la narración se desdibuja, mientras los “datos físicos” y “las atmósferas” se intensifican construyendo esa otra secuencia argumental (sin argumento), ese otro plano de sentido que es más un choque, una vibración, una textura lingüística, un impulso que construye, deconstruyendo, una sintaxis personal en la que la indeterminación y la ambigüedad se tocan con lo más concreto y lo más preciso: con los objetos y la cotidianeidad, con ese día a día: el puerto del Callao, el olor de la caña de azúcar y la coliflor saltada, los edificios, las avenidas, los microbuses, el pescado guisado, el pan, un par de latas de cerveza, cigarros, ensaladas y fruterías, una banda de músicos, una máquina de afeitar, láminas de santos, pero también armas, una empresa nuclear, fábricas, casquillos de balas, el color de la sangre inocente; dura confluencia de elementos disímiles que queda clara en los siguientes versos unidos precisamente por una conjunción adversativa: “pienso en un campo de abetos, / pero los capitales oscurecen la obra”, o más adelante: “Al otro lado las heladerías huelen a lúcuma. / Pero debajo del tumulto nuestra imagen / crea su verdor de espuma / ante la intoxicación y el mal gusto.” Y más allá de toda asociación o contraposición, quizás como una forma de esperanza: “el ave de salvación”, “Sicilia”, “los geranios”, palabras-símbolos o palabras-talismán, que generan en los poemas destellos de una afectividad reencontrada.

Tras el tratamiento lingüístico de las diversas realidades a las que apunta este poemario, lo que queda claro, como núcleos semánticos, es la crítica al poder que arrasa con mirada ciega todo lo vivo, y también la relación constante que existe entre lenguaje e ideología, y por ende la necesidad de cuestionarlo y desmontarlo todo. Y además, y quizás sobre todo, Moridor & otros poemas nos confronta con la complejidad de aquello que llamamos realidad. José Revueltas, el narrador mexicano, habla justamente del “lado moridor de la realidad” y la coincidencia, más allá de toda diferencia conceptual, me parece interesante. Quizás Gómez Migliaro nos da en sus poemas precisamente ese “lado moridor”, que según Revueltas es “el movimiento interno de la realidad, su dirección profunda”, “No ese torbellino que se nos muestra en su apariencia inmediata, donde todo parece tirar en mil direcciones a la vez” (2). Se trataría para el poeta peruano de un proceso de construcción en el que el orden y el desorden conviven, en el que la selección y el azar se encuentran en el diseño de sus estructuras poéticas. El poema entonces pone en funcionamiento un proceso de autoorganización que le permite indagar lo que sucede y lo que sucedió desde una conciencia que pone en juego la propia interioridad; de ahí quizás la doble mención de Hamlet. Y al mismo tiempo, la escritura de Gómez Migliaro contiene siempre lo singular de su mirada, un punto de vista que imprime su huella en el tejido de lo colectivo (3). Tal vez por ello el poeta escribe desde un yo y un nosotros a la vez: la primera persona en plural funciona, incluso, como un engranaje entre los tiempos:

Alguien explica y toca al paleolítico moderno.
Alguien nos toca.
Alguien tiene nuestro cuerpo.

El contraste de esos tiempos, lo “paleolítico moderno”, abre esas zonas intemporales de las que hablaba Miguel Casado. Estratos en los que ese “nosotros” y ese “yo” intentan alcanzar a un “tú” o un “ellos” generando una tensión en lo que pudiera ser la posibilidad de un diálogo siempre inconcluso. La comunicación queda quebrada, fracturada, se torna monólogo o flujo de conciencia, de ahí también el desfase en el fraseo del poema y la desviación del sentido.

Si como lo señala Mario Montalbetti: “el poeta es el que asume la resistencia del lenguaje verbal, como forma de pensar, de preguntarse cosas, de cuestionar el sistema, el poder, la autoridad”, Willy Gómez Migliaro se nos presenta en éste y sus subsiguientes poemarios como el gran resistente o el sobreviviente, palabras éstas que en cierta dimensión de la experiencia podrían plantearse como sinónimas.

En suma, la de Gómez Migliaro es una escritura a contracorriente, que se inserta (y a la vez cuestiona) en la tradición de Vallejo, Arguedas, Westphalen, Hinostroza, Cisneros y Guevara (pensando sólo en los peruanos), porque también están Eliot (como ya se vio) y Ashbery entreverado en las líneas de algunos poemas. Y además está Lezama Lima, ese enemigo rumor que impulsa desde abajo la materia poética, y en la conciencia del ritmo que propulsa sus versos, asoma, también, Rubén Darío. Desde esta tradición trazada, Willy Gómez Migliaro se alza como el moridor de una nueva estética: es el hombre tenaz, el Prometeo, que inmerso en lo cotidiano intenta recuperar la experiencia, y desde ésta rescatar la esperanza encerrada en esa caja de pandora que se ha vuelto una forma del canto. En el fondo lo que subyace en Moridor & otros poemas es el amor, el amor a la lengua, pero también a un tú con el que se entabla un diálogo amoroso en el anhelo de que la comunicación se restablezca. No es extraño entonces que hacia el final del libro, el dolor de la mariposa “Sheng Ming” (la vida) cruce las páginas.

(1) Miguel Casado, Un discurso republicano. Ensayos sobre poesía. Madrid: Libros de la resistencia, 2019, pg. 24.
(2) José Revueltas. Los muros de agua. Obras completas 1, “A propósito de Los muros de agua”. México: Ediciones Era, 1978.
(3) Idea tomada del poeta y crítico Miguel Casado, quien en varios ensayos señala la importancia de esa mirada singular que imprime su huella en lo colectivo.

viernes, 19 de julio de 2019

Divagaciones sobre Hernández y Heraud


Siempre he percibido a Javier Heraud y a Luis Hernández como poetas engrandecidos por las circunstancias. En ambos casos, el poder del mito ha catapultado sus obras a niveles adonde seguramente no hubiesen llegado jamás de haber sido otra la forma en que sus autores vivieron (y murieron).
Mientras que escritores con trabajos más amplios y sesudos no se convirtieron en personajes de leyenda, los dulces versos de Heraud se han vuelto un imán para quienes creen en el socialismo y la revolución, de la misma forma en que la sufrida bondad de Hernández nos roba el corazón a quienes preferimos los dramas internos, las nostalgias mudas y la espontaneidad de los versos lúdicos, aquel filtro bajo el cual nuestro "excampeón de peso welter" materializaba el picadillo de sus procesos mentales más íntimos en lapiceros de colores.
Si bien no creo en los mitos -ni el del joven revolucionario ni el del médico atormentado por su propio cuerpo- sí pienso que no solo es la calidad de la obra aquello que nos impulsa a leerla y a quedar prendados de ella. La literatura va más allá y se convierte en un placer tan básico como intenso, comparable con el gusto por los dulces, que es la forma en que muchos comenzamos a leer de niños.
Algunos autores son capaces no solo de devolvernos a nuestra naturaleza de instrumentos musicales de carne, sino de tocarnos cuerdas cuya vibración necesitamos sentir a lo largo de toda la cabeza y el tórax para soportar la vida un minuto más. Es la enloquecedora gratificación sensorial que nos brindan el sueño y el orgasmo. Puedo apreciar a Heraud, pero no me hace sentir nada. Hernández, mientras me estremece, logra hacerme sentir todo. Y ese estremecimiento es la razón más poderosa porque la que leo a Billy the Kid, más allá de cualquier consideración técnica.

lunes, 17 de junio de 2019

Poemas de Carlos Cavero en Liberoamérica


Agradezco a Liberoamérica por armar en torno a mi poesía tan reveladora muestra sobre el trastorno de ansiedad en la literatura, uno que al probarse inútil para el diseño de canales convencionales del lenguaje, termina abriéndose paso mediante la creación de otros.

Como la musicalidad, la vibración y el chasquido de dos palabras al encajar perfectas en un verso se vuelven fuerzas comunicativas tan eficaces, la mente abandona su constante maquinar a mil kilómetros por hora para echarse a reposar con alivio hasta que la razón despierta.

Ésta es una forma verdaderamente orgánica de gestar un lenguaje, ya que si al despertar, la razón logra después caer sobre la palabra escrita, es solo por su propio peso.

martes, 11 de junio de 2019

Hoz de Galatea


Hoz de Galatea es una breve antología de poesía erótica y amorosa que me provoca compartir. Este nuevo rompecabezas lo forman escritos olvidados y otros que formarán parte de La torre de Estibaliz, mi próxima publicación en formato físico después de Capturas de escafandra (Apogeo, 2018). Descarguen de forma gratuita. Agradezco mucho a todos mis lectores.

miércoles, 29 de mayo de 2019

La JSA (2000) tras el lente de Park Chan-Wook


Mientras el resto del mundo recibía el nuevo milenio, Corea del Norte cumpía ya cincuenta y dos años encerrada en sí misma bajo la dinastía comunista de los Kim. Desde el espacio, las fotografías nocturnas muestran el Asia entera iluminada mientras que Corea del Sur parece una solitaria isla debido a que su hermano perdido no conoce la luz eléctrica por el salvaje racionamiento. Con este gemelo ya irreconocible solo es posible comunicarse a través de transmisiones clandestinas, aunque estas permanecen unidireccionales, siempre de sur a norte y principalmente en forma de videoclips pop y series románticas ¿Quién sabe qué se esconde en el norte? ¿acaso también tienen algo que ofrecer y algo que decir?

Song Kang-ho, acaso el mejor actor surcoreano vivo, encarna al Sargento Oh Kyng-pil, quien es no solo un solemne militar encargado del Área de Seguridad Compartida (JSA por sus siglas en inglés), sino también un joven amante de la cerveza, los snacks y una novia que lo espera fuera del cuartel. La rutina de trabajo en la frontera tiene un elemento comédico, tanto en la película como en la vida real: los militares de ambos países arman formación frente a frente con caras de malos. Suelen ser muchachitos que nada tienen que ver con la demencial guerra apenas detenida por un armisticio y es por eso que no es raro que cada cierto tiempo aparezcan señales de una tímida amistad, generalmente basada en el asombro de reconocerse en un coreano del otro lado.

Es así que Oh conoce al joven sargento norcoreano Lee Soo-hyeok, encarnado por Lee Byung Hun (en 2009 volveríamos a ser testigos de la impecable dulpa que forman Song y Hun en la película de horror dramático Sed, también dirigida por Park Chan-wook). El azar y la confianza propia de quien busca un amigo llevan a Oh a cruzar la frontera varias noches para reunirse con Lee a tomar cerveza, reír de las anécdotas de la vida militar e intercambiar música y consejos sobre chicas. Aparte del extremo cuidado por no ser descubiertos por las tropas de sus respectivos países, nada en estas interacciones guarda relación con el tenso conflicto de más de medio siglo que transformó la región y el mundo. No estamos aquí ante dos antagonistas en un retrato bélico, sino ante dos muchachos estresados con ganas de pasarla bien.

Solo en un momento la tensión corta el aire en la cabaña donde ya otros oficiales del sur y el norte han comenzado a reunirse para jugar cartas, beber y compartir snacks. Oh regala chocolates surcoreanos a Lee, quien inmediatamente los abre y los mete a su boca, siempre listo a saborear los placeres que no existen en su devastado norte. Entonces, Oh, en su noble deseo de un mejor futuro para su nuevo amigo -a quien llamaba hermano- le pregunta si quiere desertar a Corea del Sur, donde no pasaría hambre, sino que podría comer todos los chocolates que le diera la gana. Lee recibe estas palabras como un puñal -la cámara de Park se encarta de hacérnolos saber en un close-up de su rostro- y escupe el chocolate surcoreano, aunque sería más preciso decir que abre la boca y lo deja caer lentamente. Se dirige entonces a su (¿todavía amigo?) surcoreano y le dice:

-Voy a decir esto solo una vez, así que escúchame bien. Mi sueño es que algún día nuestra república producirá los mejores dulces de esta península.

A pesar de la timidez con que Oh propone a Lee dejar su patria y acompañarlo, de alguna forma no estaba listo para recibir una respuesta negativa, ya que la sorpresa en sus ojos no deja de repetírnoslo por varios tensos segundos. Lee no estaba dispuesto a dejar Corea del Norte y jamás podría estarlo.

Es en este preciso momento que la película toma otro rumbo, ya que se va desvanaciendo la camaradería para recibir una nueva etapa, la de Lee Young-ae en el papel de la Mayor Sophie E. Jean. Las Fuerzas Armadas tienen que actuar rápido ante un lamentable evento que amenaza las ya complicadísimas relaciones con Corea del Norte y que ha despertado la rabia de los altos mandos en los EE.UU., quienes reaccionan destacando a la militar coreanoestadounidense de emergencia al Área de Seguridad Compartida para investigar la inoportuna muerte de dos oficiales norcoreanos en manos del oficial surcoreano Oh Kyng-pil. No pudo suceder en peor momento y las circusntancias eran muy confusas: el informe mencionaba un secuestro, una posible incursión ilegal en territorio norteño y todo olía muy raro ¿Qué habría pasado en realidad?

domingo, 26 de mayo de 2019

Gran Torino y la bondad de un amargo cowboy


Eastwood nunca dejó de ser Eastwood. Es la primera impresión que tengo al mirar el póster de Gran Torino y encontrarme con su rostro. Allí está él, inexpresivo en su profunda carga emocional, octogenario cowboy con el oscurecido paisaje desértico del spaghetti western, esta vez imponiendo su amada soledad en los bellos y duros suburbios de Detroit.

Con el mismo aplomo con que lanzó su diatriba contra una silla -antojadiza encarnación de Barack Obama en la Convención Republicana de 2012- Clint Eastwood encarna al veterano Walt Kowalski, solitario conservador que disfruta de la paz y el silencio tras décadas de servir a las tropas de la libertad en el mundo. El águila calva, los misiles y la bandera de estrellas son el alma colorida de este hermético anacoreta.

A Kowalski, quien se lamenta de que los negros e inmigrantes se hayan ido apoderando del vecindario, le cae como baldazo de agua fría ver a su propio hijo al volante de un auto japonés, ya que un verdadero americano conduce un Ford -como su adorado clásico Gran Torino), un Chevrolet o un Chrysler. Un verdadero americano no traiciona a su patria enviando sus dólares a la Toyota a cambio de un auto de plástico. Esta misma fijación con un pasado que lo llevó a la gloria afloraba en amargas palabras contra sus vecinos cada vez que estos perturbaban su paz con música afroamericana, guitarras mexicanas o lengua vietnamita. Todo esto, sin embargo, sería poco al compararse con la osadía de Thao Vang Lor.

Thao, vecino quinceañero de la etnia asiática mong, intenta robarse el preciado Ford Gran Torino del garage de Kowalski. Éste, siempre alerta, en forma y armado hasta los dientes, reduce al pequeño vándalo apuntándolo con un fusil de guerra. No fue el deseo de muerte ni de cárcel lo que primó en ese momento, sino una sensación hasta entonces desconocida que fue tomando forma conforme el indefenso adolescente se daba más a conocer. No robaba por pertenecer a una banda criminal, sino forzado por el bullying que sufría a manos de sus parientes pandilleros, quienes lo amedrentaban para asimilarlo a su mundo de robos, drogas y prostitutas. Un adolescente frágil, inseguro, pobre y huérfano como él, tenía muy poco que elegir y también muy poco que perder. Kowalski, entonces, elige no dispararle y no llamar a la policía, sino que lo condena a visitar su soledad y ayudarlo con la limpieza del auto y otros quehaceres domésticos. El jovencito acepta de muy buena gana y es así que se va materializando una estrecha relación de padre e hijo -o de abuelo y nieto- entre estos dos hombres cuyo único patrimonio en común es habitar grises mundos solitarios.

Así, Kowalski termina ganándose el aprecio de la familia mong, a quienes visita para celebrar un cumpleaños. Las escenas en que el veterano interactúa con los inmigrantes son particularmente jocosas, ya que se hace más que evidente que nunca el punto donde se apoya la mayor grandeza de la película: Kowalski jamás deja de ser quien es. Kowalski es Eastwood mismo y se encuentra por encima de cualquier consideración social, espiritual o política. Aun habiendo aceptado a este muchachito como un hijo -y protegiéndolo con su vida misma- sigue siendo hasta la última escena el mismo viejo cascarrabias que no pierde oportunidad para despotricar contra los negros, mexicanos y asiáticos, y que incluso en sus mayores muestras de generosidad y abnegación, permanece impasiblemente aislado en su pasado glorioso, atrincherado tras su bandera de estrellas y horrorizado ante la vecina que lo maldice en vietnamita y su propio hijo: aquel americano traidor que, alienado de sus raíces spaghetti western, consume el plástico con llantas que produce la industria automotriz del Japón.

https://www.youtube.com/watch?v=__OONmT-Cyg